Recuerdo haber visitado varios museos en los que se exhibían cuadro de proporciones inmensas, y a los cuales y debido a la multitud en la sala, los tuve que observar desde una distancia muy cercana. Desde allí podía apreciar su magnitud, podía intuir el valor de obra maestra que se decía poseía, y valorar la ocasión de la que disfrutaba al ser testigo de aquella maravilla artistica. Pero al mismo tiempo, me dí cuenta de lo mucho que no era capaz de apreciar al estar tan cerca del lienzo. Sólo al retirarme a una distancia suficiente empecé realmente a darme cuenta de lo bello que era, de los detalles que había omitido aún cuando estaba a un metro de él, de todas aquellas cosas que no por estan enfrente de mi nariz eran más obvia.
Ese mismo sentimiento tengo hacía España. Llevo ya tantos años alejados que veo su belleza, su valor y su potencial. Y sin embargo, tan pronto atterizo en el aeropuerto de Sevilla, Madrid o cualquier otra ciudad española, me veo forzado a tomar esa posición cercana que tomé en el museo. Y no por gusto, sino por comodidad, ya que aquellos que me rodean estan tan "apegotonados" al cuadro que jamás han disfrutado de su belleza desde la distancia. El debate es nulo, la discusión baldía y el mal talante, apremiante.
La pena más grande es saber que sé tiene algo valioso en casa, pero sólo es apreciado fuera de ella. Así es mi España.
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